Página:La maestra normal.djvu/51

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

dad más grande! ¡Privar a un padre del derecho de educar a su hijito, de plasmar su inteligencia, de formar su espíritu, de inculcarle las ideas y creencias que él cree mejores y que considera lo único fundamental de la vida!

—¡Inexacto! — exclamó d Director amagando un gesto oratorio. — Los profesores no pretendemos semejantes cosas. Ha dicho Comte...

— Permítame, señor — terció Solís. — Soy maestro y puedo afirmar que tales opiniones son comunes entre nuestros colegas.

—Claro que lo son, ¡qué badajo! — apoyó don Nilamón.

En lo moral ocurría algo peor. Como el normalismo era laico, anticlericall y dogmático, no admitía la moral basada en principios religiosos. ¿Con qué la reemplazaba? Más o menos con las mismas reglas morales, pues no las había mejores, pero basadas en nada, en el criterio de los hombres. Edificio sin cimientos, claro era que se derrumbaba fácilmente. Las muchachas, a quienes en diez años no se les había inculcado los principios religiosos, se encontraban indefensas. La pedantería normalista hablaba de educar la voluntad frente al catolicismo que, según ellos, sólo cultivaba el sentimiento. ¡Y qué voluntad ni qué ocho cuartos, badajo! Era ignorar a nuestras mujeres, no ver que en aquellos pueblos donde hacía tanto calor no podía haber voluntad que valiera. Las pobrecitas muchachas, tan tiernas, tan buenas, tan débiles, creían que podían confiar en sí mismas, según la doctrina de la escuela. Y si alguna vez se hallaban en un momento difícil, no contaban con un Dios a quien temer, ni siquiera con un infierno que les evitara la caída.

— ¡La... da... verdad! — exclamó Pérez. — Habló co... co... mo un libro.

El Director reconoció que los hechos eran exactos. Pero ¿en dónde estaba la culpa? En la enseñanza anticuada, en los prejuicios. Si se practicara la coeducación áe los sexos, si se enseñara minuciosamente la reproduc-