Página:La maestra normal.djvu/53

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pues tiene como fin defender la justicia. Sin embargo, nada más innoble y utilitario que el ejercicio de la abogacía. Los abogados eran en su mayoría hombres sin ideales, sin moral, sin sentimientos. Un abogado valía más cuanto más experto era en las triquiñuelas del oficio. ¿Y los médicos? ¿Y los sacerdotes?

— Por ahí, por ahí — dijo el Director señalando con el dedo.

— Los profesores normales — continuó Solís — más que los maestros, son algo pedantes.

Creían ser sacerdotes de la ciencia, pensaban que sólo ellos eran capaces de enseñar, como si el enseñar no fue- se, más bien que un don, una aptitud personal. Pero don Nilamón atribuía demasiada importancia a la escuela en la formación de nuestro espíritu.

Y exclamó, con acento casi declamatorio:

— Es la vida, la vida múltiple y compleja, lo que en realidad forma el carácter y el espíritu.

— Inexacto, inexacto — clamaba don Nilamón.

El Director estaba escandalizado por las palabras de Solís. En su vida había oído una herejía mayor. Se llevaba las manos a la cabeza, gesto que reservaba para las grandes ocasiones. Quería refutar a Solís, aniquilar a ese mequetefre, demostrarle que era un ignorante y un botarate, pero todos hablaban a un tiempo y era imposible hacerse oír.

— Escúchenme, óiganme dos palabras — imploraba.

Pero nadie le tomaba en cuenta. Don Nilamón se había trenzado con Solís, que estaba apoyado por Palmarín y Pérez. En cuanto a don Nume, se hallaba aturrullado. Jamás hubo en su tertulia discusión tan acalorada. Hasta se levantó de su asiento tratando de calmar a los contendientes.

— Nilamón, Pérez, vamos a ver — rogaba. — ¡Esto es un burdel!

Por fin el Director consiguió que don Nume le oyera.

¿De dónde sacaban estos jóvenes doctrinas tan erróneas? La escuela era todo, absolutamente todo. Así pensaban los más insignes pedagogos. Y con razón. Lo esencial