Página:La maestra normal.djvu/55

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Estaban gastando saliva "al santo cuete". No se iban a convencer.

Y agregó, dirigiéndose a dos personas que se habían detenido en la puerta:

—¡A buena hora! No saben lo que han perdido.

Todos callaron al ver a los recién llegados. El Director se sentó, tocándose el estómago. Pérez aprovechó para apoderarse de otra pastilla de goma y engullírsela. Sólo Palmarín quería seguir discutiendo. Acabó por calmarse pidiendo un cigarrillo a Solís. Las suyos los olvidó en su casa.

— Se les saluda, cabaleros — dijo uno de los recién llegados, entrando en la botica y dando la mano al Director y a Solís.

Era don Eulalio Sánchez Masculino. Don Eulalio estaba considera como uno de los tertulianos de mayor volumen, pero sólo acudía a la botica hacia fines del mes. Las demás noches las pasaba en la confitería. Era muy alto, tenía d pelo casi colorado y un rostro de foca singularísimo. Su nariz enorme estaba enrojecida por los granos y, según algunos, por el alcohol. Fué en otro tiempo el mejor abogado de la provincia. Ahora vivía de algunas rentitas y de una cátedra de moral e instrucción cívica en la escuela normal. Cuando hablaba parecía mascar las palabras, y apenas se le entendía. Hombre más distraído no se conoció en toda La Rioja. Tomaba un tren por otro, dejaba el bastón en cualquier parte, se iba de la confitería sin pagar y más de una vez salió a la calle con la bragueta desprendida. En el colegio su nombre proporcionaba todos los años un chiste clásico. "A ver, decía el profesor de castellano a un alumno: nómbreme una cosa del género masculino". "Don Eulalio Sánchez", contestaba el muchacho muerto de risa. Don Eulalio vivía dominado por su mujer, una señora muy devota y de mal genio que le obligaba a entregarle sus sueldos y rentas; en cambio le daba cinco pesos cada semana para sus gastos personales.

— ¿Y cuándo te vas a Buenos Aires, Eulalio? — preguntó don Nilamón.