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LA MAESTRA NORMAL 59

—¿Se batió? — No, hom. . . hom. . .bre; disparé.

Si se queda en Buenos Aires, aquellos energúmenos !e hacen casar. No, no era programa. Por medio de sus relaciones consiguió cátedras en las escuelas provinciales de La Rioja. Y se largó, resignado, "como quien iba a la horca. Pero ¡qué diablos! había que salvar el pellejo.

Muchas veces hablaban de mujeres.

El músico refería aventuras extraordinarias, amores con grandes damas, paseos románticos en Palermo. Solís le escuchaba, atentamente, como si le creyese.

—Y aquí en La Rioja, ¿hizo ya alguna conquista el amigo Pérez?

—Psh, ¡la mar!

Lo difícil era llevarlas a buen término. En el conservatorio de música que dirigía, había una veintena de muchachas; pues más de una estaba enamorada de él. Si quisiera podría hacer un excelente casamiento. Pero a él "no lo agarraban". Se contentaba con arrimárseles mientras daban la lección de piano, con tocarles la mano para corregir alguna posición defectuosa. En primavera solía pasarse las horas corrigiendo posiciones defectuosas.

Todas las tardes iban también a la confitería. Pérez estaba harto de la confitería. Le aburrían aquellas reuniones en grupitos de tres o cuatro personas que, alrededor de una mesita llena de copas y de moscas, "mataban el tiempo" mirándose unos a oíros. Decía Pérez que en realidad no mataban el tiempo: apenas si lo adormecían con el narcótico de las pachorrientas conversaciones. Pero a Solís le interesaba la confitería. Era el único sitio donde encontraba gente ¡y él se hallaba tan bien entre aquella gente provinciana! Eran hombres sencillos, ingenuos, cordiales. Por complacer a Solís, Pérez accedía a que después de la plaza, y antes de retirarse para comer, fueren por un momento a la confitería.

La confitería era el alma de la ciudad. Allí nacían todas las iniciativas, se fraguaban las revoluciones, se comentaban los actos del gobierno. La confitería participaba