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LA MAESTRA NORMAL 65

había habido otro. Para que no se efectuara intervino medio mundo, hasta el vicario; las beatas se comprometieron con abundantes promesas. Había estado de novio varias veces, pero siempre "dejó plantadas" a las infelices muchachas. Dos quedaron con la ropa pronta, y a otra la dejó "hasta bañada", como decía doña Críspula. Ahora no había ninguna que le hiciera caso. Además tenia siempre queridas ; se le conocían hijos naturales. Araujo era abogado y vivía de algunas rentitas que le dejó su padre. Su temperamento despótico, su prestigio entre las mujeres, sus simpatías en el bajo pueblo que le tenía por caudillo, sus modales distinguidos, su índole aventurera y desordenada, sus generosidades fantásticas, le daban un cierto aire de gran señor. Odiaba al Director, y una vez, a consecuencia de un altercado en el que precisamente el Director llevó la parte de las ofensas, le había mandado los padrinos. El retado a duelo declaró que sus principios no le permitían batirse. Más vale no dijera tal cosa. Durante dos meses El Constitucional estuvo analizando los principios del Director. El pedagogo parecía indiferente a tales ofensas, "que no le llegaban"; pero su dispepsia se agravó y los gases le tuvieron medio loco durante ese tiempo. Solís se complacía en preguntar a Araujo sobre sus conocidos.

—¿Qué piensa usted de don Numeraldo?

—Es un hombre discreto. Aquí a los zonzos les dicen discretos.

—Y Palmarín Puente, ¿qué tal?

—Es un gracioso de teatro de aficionados.

Una tarde muy calurosa, Pérez y Solís fueron temprano a la confitería. No había nadie, salvo don Eulalio Sánchez Masculino, que contemplaba los retratos de la sala de juego.

—¿Se prepara para ir a Buenos Aires, don Eulalio? — preguntó Pérez.

—¿Por qué, por qué lo dice? — repuso con su voz ininteligible el aludido.

—Como mira tanto los retratos; parece que tomara un aperitivo — dijo Pérez.