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276 — La media naranja

acogido sus apasionadas declaraciones? Es joven, guapo, elegante, de buena familia; tiene talento, gracia; pero hay, sin embargo, una frivolidad en el fondo de estas cualidades que me asusta. Alfonso no me parece capaz de comprender mi corazón, sencillo, pero apasionado. Me parece que me quiere; pero ¿y si me engaña? ¿Y si en sus gustos fastuosos y en su carácter derrochador se propone casarse conmigo para satisfacer sueños ambiciosos?

— Me parece que le juzgas mal. Yo creo que Alfonso está ciego por ti. Su conducta es la del más enamorado de los hombres; su lenguaje....

— El mismísimo de todos. Parece que los hombres, al estudiar la gramática en el colegio, han aprendido de memoria una declaración para encajarla en todas ocasiones. Todos dicen lo mismo; todos se mueren por ti; te dicen que no duermen, que no comen, que sueñan contigo; te llaman ángel, diosa, y luego en la mesa del café se rien de su farsa y de tu credulidad, ¡Cuántas veces su comedia suele ser nuestro drama!

— Alfonso no es de esos hombres. Cuando me habla de ti....

— Se acuerda de que eres mi mejor amiga.

— Podrá ser; pero entónces, ¿cómo va uno á conocer el corazón de un hombre?

— Esa es mi manía. Si yo supiera el modo de poner á prueba el corazón del hombre, ¿crees tú que me mortificarían las ideas que hoy me hacen desgraciada? Me creo capaz de inspirar amor á un hombre; pero, inter nos, sé también el amor, la vehemencia, el entusiasmo que inspiran al corazón, digo mal, á la lengua, ochenta mil duros de renta.

— Psss.... la cosa es para dudar efectivamente. Pero, en fin, desecha esas ideas pesimistas que hoy te asaltan. Son las tres. Vé á vestirte, y en la Fuente Castellana te dejarás tus románticas tristezas. Hoy estamos demasiado filósofas; hemos hablado como libros; ahora divirtámonos como mujeres.

— Tienes razón; no hay nada más triste que la filosofía para una mujer. Voy á vestirme.

— Y yo, entre tanto, voy á tocar el piano, — dijo Emilia levantándose precipitadamente y pasando al salón inmediato al elegante gabinete en que las dos amigas entablaban la conversación que hemos sorprendido.

Clara de Monte-Real, que así se llama la hermosa viuda cuyo