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380 — La media naranja

Clara, eso es repugnante! El amor sólo ha de vivir de sí mismo, ha de sobreponerse á todos los intereses mezquinos; ha de tener alas para volar libre y elevarse sobre la común bajeza. El amor es el abandono de la tierra, la posesión del cielo en la libre identificación de dos almas. Clara! Clara! Vd. es sublime! Vd. es grande! Vd. me comprende!

Alfonso desbordaba en una oratoria que su misma perfidia le inspiraba. Su elocuencia y su acción llegaron á un punto que hubo de alarmar á Clara y ponerla en guardia contra una verbosidad que iba degenerando en atrevimiento, y un romanticismo que empezaba á rayar en sensualidad. Alfonso tuteaba ya á Clara.

— Basta, Alfonso, creo todo lo que Vd. me dice: nuestras dos almas han celebrado su eterna unión; pero no me abandonaré á las expansiones de este amor, hasta recibir la prueba que le he exigido.

— Exígela, Clara mia; pídeme hasta la vida!....

— Sería Vd. capaz de morir por mí?

— Ahora mismo! aquí mismo, á tus pies!

— De veras?

— Lo juro!

Clara se levantó con solemnidad; se dirigió á la puerta, echó el pestillo, y volviéndose á sentar, clavó sus hermosos y penetrantes ojos en los de Alfonso, que la miraba con ansiedad y sin saber qué pensar.

— Estás resuelto á todo, Alfonso?

— A todo!

— Pues bien: ¡necesito que mueras!

Alfonso quedó petrificado. Habia protestado y jurado, no imaginando que pudieran exigirle el cumplimiento de sus solemnes palabras. Sintió frió, calor, espanto, risa; estaba sorprendido, embobado, cogido; no sabía ni qué pensar, ni qué decir, ni qué hacer; jamas se habia visto en una situación más cómica y terrible, más ridicula y seria, más apurada y peligrosa. ¡Maldito romanticismo! — se decía — Morir! Cá! eso no!

— Vacilas! — exclamó Clara viendo la turbación de Alfonso. — Acuérdate de tus propios versos:

"Pedid que me dé la muerte
Y á vuestras plantas muriendo
Espiraré sonriendo
Y bendiciendo mi suerte."