— Con que, señora, — dijo la linda doncella, — déme Vd. el libro que le está esperando.
— Está ahi?
— A la puerta.
Clara tuvo un instante de agitada meditación. Dio algunos paseos balbuceando algunas palabras, y al fin con la entereza del que adopta una suprema resolución exclamó:
— Pilar, di á ese caballero que suba.
— Señora! Entonces va á conocer que lo he contado, y me ha suplicado tanto el secreto!....
— Razón de más. Haz lo que te mando. Aquí le espero.
Pilar, apurada y arrepentida de su charlatanería, salió. Clara, inquieta, nerviosa, agobiada por una impresión desconocida, trataba de ordenar sus pensamientos y dominar su agitacion.
— Será verdad tanto amor? ¿Podré creer siquiera en el silencio? Resistirá ese hombre á la prueba? — se preguntaba llena de ansiedad.
Y después de mirarse al espejo, hizo un esfuerzo para dominar sus opuestas emociones y prepararse á otra prueba más decisiva que la anterior.
Antes habia hecho el análisis químico de la mentira.
Ahora iba á hacer el análisis de la verdad.
Su suerte pendia de aquellos dos cómico-dramáticos estudios del corazón humano.
Difícil sería decir á quién le palpitaba más el corazón, si á Clara mientras esperaba á Gonzalo ó á éste mientras, poco menos que forzado por Pilar, subia la magnifica escalera de mármol y á través de lujosos salones se dirigia al gabinete de su adorado tormento.
Cuando la hermosa viuda y el jóven poeta se hallaron frente á frente, después de saludarse con graciosa severidad, se contemplaron mutuamente con una de esas miradas que, por decirlo asi, absorben el objeto contemplado.
Como el que mirase una hermosa estatua de mármol herida por