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374 — La media naranja

de algunos renglones de metafísica que quiero aquí dedicarte.

Hay en los admirables diálogos del gran Platón uno, más interesante que muchas novelas, titulado El Banquete. Uno de los concurrentes al banquete de Ágathon desarrolla la singularísima teoría de los Andróginas; mito que supone que al principio los hombres eran dobles. Cada hombre se componía de dos hombres, y cada mujer de dos mujeres, unidos por la piel del vientre: había, además, otra raza en que cada criatura se componía de hombre y mujer, igualmente unidos. Estas razas eran tan fuertes que intentaron, como los gigantes, escalar el cielo, y Júpiter, para castigarlos y debilitarlos, los dividió por la mitad, encargando á Apolo que curase y arreglase aquellos desperfectos, como en efecto lo hizo aquel celeste cirujano, sin exigir un cuarto por tan difícil operación.

Desde entonces cada cual somos una mitad de hombre que ha sido separada de su todo. Nuestra naturaleza era una; eramos un estado completo, y el amor no es otra cosa que el deseo, la prosecución de este antiguo estado.

El hombre, en realidad, es un numerador que busca su denominador mujer para formar la unidad de la criatura. Cualquiera que sea el valor de un número, poniéndole su igual por denominador formará la unidade

El hombre es Adan-Eva: la pareja es el entero.

La teoría platónica es sobre todo aplicable al alma. Todos tenemos en el mundo nuestra mitad, nuestro acorde, nuestro complemento. El amor es sólo una armonía. Si encontramos un alma más ó menos afine con la nuestra, somos más ó menos dichosos.

Sólo cuando hallamos el alma idéntica, alcanzamos y realizamos la suprema armonía de la felicidad perfecta.

Así como toda enfermedad tiene una medicina que la torna en salud, así la dolencia innata del espíritu se resuelve en placer al contacto amoroso de un espíritu hermano.

Todos de niños hemos solido partir cortezas de pan, y uniendo las dos mitades que quedan completamente adheridas hemos preguntado: ¿por dónde está partido?

Esta infantil puerilidad es la verdadera imagen de la unión de dos almas: ser dos y parecer una; unirse sin que se conozca el vínculo ni la trabazón; identificarse sin perder cada cual su respectiva unidad.