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La media naranja — 377

habiamos perdido las amistades, á pesar de lo insignificante de mi exigencia.

— Perdone Vd., Clara; pero la cólera me tenía ciego, y para cumplir su mandato preferí ser descortes y marcharme, antes de exponerme á perder la sangre fria y desobedecer á Vd. Mi descortesía era sumisión....

— Si es así, gracias, Alfonso, y no hablemos más del caso. Olvidemos, más, riámonos de la escena de anoche, que no tiene importancia alguna ni merece su cólera de Vd.

— Sin embargo....

— No fué nada: apénas Vd. salió, vino un criado de esa casa contigua al jardín á pedir el libro, que devolví en el acto sin inconveniente, pues según dijo, todo se había reducido á que una señora muy severa sorprendió á su hija leyendo aquel libro, y como la tiene prohibidos novelas y versos, en su concepto perniciosos, le quitó aquel libro, que llena de enfado arrojó por la ventana.

Aunque la invención de Clara era un tanto inverosímil, Alfonso se la tragó, sintió quitársele un peso del corazón, sus esperanzas renacieron, y resolvió continuar la escena del jardín, interrumpida á lo mejor como la plana de un folletín de periódico.

— Siendo lo que Vd. dice, consiento en tomar á risa la extraña casualidad, y hablemos de cosa que más nos interesa.

— Precisamente por eso le he avisado á Vd. temiendo que no viniera. Anoche me hizo Vd. una pregunta, y casi me alegro de la circunstancia que me ha dado tiempo de reflexionar más y confirmarme en mi respuesta.

— Piense Vd., Clara, que de esa respuesta depende toda mi felicidad ó mi desgracia.

— Dígame Vd., Alfonso, ¿Vd. no ha mentido nunca?

— Clara!...

— No se ofenda Vd.: cuando una mujer va á dar respuestas que contienen su destino, no extrañe Vd. que vacile, que aclare todas sus dudas y apure todos sus escrúpulos.

— Clara: le juro á Vd. por mi honor, solemnemente, que jamas ni de pensamiento, palabra ni obra he manchado mi conciencia con la más leve mentira. Le he dicho á Vd. que la amo con locura, y recuerde Vd. si hay un sólo acto mío que desmienta mis palabras.

— Es verdad!

— Pues bien, ahora mismo, aquí, le juro por cuanto hay sagrado