en la tierra, que la amo como no ama nadie en el mundo. Ponga Vd. á prueba mi cariño; pídame Vd. todo género de sacrificios: la muerte, si es preciso, y me verá morir ahora, aquí mismo, á sus pies.
Alfonso estaba sublime de expresión.
— No sabe Vd., Alfonso, el inmenso bien que me hace con esas protestas y juramentos. Creo en ellos, si, creo, y sólo esta creencia me da valor para pronunciar la respuesta que mil veces la desconfianza y la duda han helado en mis labios. Al fin me atrevo á pronunciar el sí que tantas veces me ha pedido y que ahora le doy, llena de fe, como premio de su amor, como pacto de nuestra felicidad.
— Clara de mi vida! — exclamó Alfonso radiante de pasión y alegría, y tomando con efusión una mano que Clara le abandonó con graciosa confianza.
— Está Vd. satisfecho de mí?
— Clara; la felicidad que me embriaga no se expresa con palabras humanas; era necesario poseer un lenguaje sobrenatural, divino, para decir lo que yo siento en el alma.
— Bien, Alfonso; ya que nuestras dos almas se han comprendido y se han abrazado para siempre; voy á exigirle á Vd. una prueba y á hacerle una revelación.
— Exíjame todo, Clara idolatrada; no hay sacrificio que no esté dispuesto á hacer; mil vidas que Vd. me exigiese se las ofreceria....
— Es que la prueba es tremenda.
— A todo estoy dispuesto.
— Lo jura Vd.?
— Lo juro!
— Pues bien, escúcheme Vd. atento y mida bien sus fuerzas.
Hubo una pequeña pausa.
— Mi experiencia propia y agena, mis meditaciones y mis lecturas han llegado á persuadirme de que de todas las cosas que los hombres han inventado para atormentarse, la más terrible, la que termina en la desesperación, la que viene á ser el resumen de toda la infelicidad humana, es la institución del matrimonio.
El asombro que se pintó en el rostro de Alfonso rayó en la estupefacción.
— Comprendo su sorpresa de Vd., Alfonso. De fijo en este momento he perdido en el concepto de Vd., y en este instante me