minar "divino" al que medra de mentir y engañar.
Esa sentencia es moralmente inadmisible. La moralidad es tan importante como la inteligencia en la composición global del carácter; los más grandes espíritus son los que asocian las luces del intelecto con las magnificencias del corazón. Subordinar la moralidad a la inteligencia es un renunciamiento a toda virtud; el más ingenioso de los hombres es despreciable si no pone su ingenio al servicio del bien.
Pero, no lo olvidemos, las culpas del individuo son, en gran parte, imputables a la sociedad. Elises engaña por que en su medio social el frande es admirado. El convencionalismo ético proscribe la sinceridad y la adaptación para el éxito lleva a sacrificarla al frande; desde la cuna hasta la tumba la sociedant gravita sobre el hombre para medicerizarlo, cohibiendo todas sns impulsiones leales, domesticándolo, enseñándole a mentira fingir, a engañar. Pues eso, y no otra cosa, es la educación de las buenas maneras, no siempre coincidentes con las buenas costumbres.
"Omnis homo mendax", dice el Libro de los Salmos. Mentira en la palabra, simulación en la conductahipocresía en el trato, revelan una misma actitud mental del hombre frente a sus semejantes: la astucia. Es la antítesis de la violencia, aunque tan eficaz como ella en la lucha por la vida y por eso, prescindiendo de todo juicio de valor moral, la admiraban los griegos. ¿No dlahan, acaso, ejemplo los propios dioses? Júpiter. peendado de la bella Europa, no había vacilado en metamorfosearse en toro para seducirla y consumar el rapto clásico, fugando a través de las olas cuando ella, confiada, saltó a su lomo. Aristófanes, en Los Caballeros y en Las Tesmoforias, ereó dos tipos humanísimos de simuladores fraudulentos. Cleón y Eurípides. Y no sorprende que el analista de Los Caracteres, Teofrasto, des-
