En mis frecuentes inspecciones á los colegios nacionales de la república, he notado que, salvo excepciones escasas, los mejores profesores son los normales, por una sencilla razón; porque llevan á la cátedra un poco de método, elemento esencial en la enseñanza. Por deficiente que sea su preparación, algo han aprendido en el estudio especial, algo han practicado, sobre todo, pues no se sienta una novedad cuando se afirma que el arte de enseñar es práctico principalmente.
Que se les quitara toda intervención en la enseñanza secundaria, una vez constituido el profesorado especial para ésta, conforme. Pero, ¿por qué en el estado actual, cuando son mejores que los universitarios, ó iguales por lo menos á éstos?
Ya ha ocurrido un caso curioso que prueba el alcance de esta irritante hostilidad.
Un ciudadano se presenta á inscribirse en el registro de candidatos para el profesorado secundario (art. 13, decreto del 17 de enero) y exbibe sus títulos: profesor normal y doctor en filosofía y letras, apto por esto último para cualquier cátedra, según el mismo decreto. No puede inscribirse, sin embargo, porque el art. 12 establece que todos los profesores deben de haber realizado estudios secundarios completos. La Facultad de filosofía y letras había conside-