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usted hombre de emprender una caminata de seis millas, Watson?

Ya lo creo.

—La soportarán sus piernas?

¡Oh, si!

71 Ya estás aquí, tú! Valiente Toby! ¡ Huele, Toby, huele—y puso en la nariz del perro el pañuelo mojado en creosota: el animal se quedó parado, con las piernas abiertas y la cabeza en la más cómica actitud, parecida á la de un catador oliendo el bouquet de un famoso vino.

Holmes arrojó lejos el pañuelo, amarró una fuerte cuerda al collar del perro y condujo éste hasta el pie del barril. El animal prorrumpió en el acto en una serie de aullidos agudos y trémulos, y, la nariz en el suelo y la cola en cl aire, partió siguiendo el rastro, á un paso que mantenía tirante la cuerda y á nosotros nos hacía andar con la mayor velocidad de éramos que capaces.

El horizonte había ido aclarando hacia el Este, y ya podíamos distinguir hasta cierta distancia á la luz de la fría y gris mañana. La casa, cuadrada y maciza, se destacaba detrás de nosotros, con sus negruzcas ventanas herméticamente cerradas y sus paredes altas y desnudas. El perro nos llevaba á través de los terre-