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go continuaba sumergido en sus mal olientes operaciones.

Era todavía muy temprano cuando me desperté bruscamente, y con sorpresa lo vi de pie delante de mi cama, vestido con un tosco traje de marinero. Tenía una camiseta con pintas de color, y una ordinaria corbata roja.

—Me voy río abajo, Watson—me dijo.— He dado muchas vueltas al asunto en mi mente, y no veo más que un medio de salir del paso. De todos modos, vale la pena de probarlo.

— No habrá inconveniente para que yo vaya con usted?

kem —No, usted puede ser mucho más útil quedándose aquí, en mi lugar. Yo mismo siento tener que ausentarme, pues es casi seguro que en el curso del día tengamos aviso de algo, aunque Wiggins parecía anoche haber perdido las esperanzas. Abra usted todas las cartas y telegramas, y si hay alguna noticia, proceda como mejor le parezca. ¿Puedo contar con usted?

Con toda seguridad.

—Temo que no le sea posible á usted telegrafiarme, pues no sabría decirle desde ahora dónde me hallare más tarde. Sin embargo, si tengo buena suerte, no iré muy lejos, y de cualquier modo no volveré sin noticias.

A la hora del almuerzo no sabía aún qué había