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la casa de Abel White salía una columna de »humo, y poco después las llamas se abrieron paso á través del techo. Comprendí entonces que nada podía hacer por mi patrón, y que con mez»clarme en el asunto arriesgaría inútilmente la vida. Desde el lugar en que me encontraba dis»tinguía centenares de esos endemoniados ne»gros, todavía vestidos con la casaca roja, que »bailaban y aullaban en torno de la casa quema»da. Algunos de ellos llamaron la atención de los »otros sobre mí y sentí el silbido de un par de »balas cerca de mi cabeza; entonces lancé mi » caballo por entre los terrenos sembrados, y tar»de de la noche me encontré en Agra, sano y »salvo.

»Pero pronto vi que allí tampoco estábamos »muy seguros. El país se agitaba de un extremo »á otro como un avispero. En los lugares en que plos ingleses conseguían reunirse en pequeñas >partidas, apenas podían dominar el terreno que »se hallaba dentro del alcance de sus cañones, y »los que no se ponían á cubierto de esos refugios, »andaban fugitivos y desamparados. Era una lu»cha de millones contra centenares, y lo más neruel era que los hombres contra quienes luchá»bamos, ya pertenecieran á la infantería, la ca»ballería ó la artillería, salían de nuestras tropas Descogidos, enseñados y disciplinados por nos-