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ome he propuesto muchas cosas, y todas las he realizado, sin excepción. Pero esta vez pasó un largo tiempo antes de que me llegara mi día.

Les he dicho á ustedes que había aprendido al»go de medicina. Un día que el doctor Somerset »estaba en cama con fiebre, una cuadrilla de »presidiarios que había ido al bosque á trabajar, recogió á un pequeño indígena, que, viéndose »mortalmente enfermo, había ido en busca de nun lugar solitario para morir. Yo me hice cargo vde él, por más que fuera malo como una ser»piente y al cabo de dos meses se había curado »y puesto en actitud de andar. El isleño me tomó »una especie de iño, y muy pocas veces fué ú over á su gente en los bosques: la mayor parte »del tiempo lo pasaba en mi choza. Yo llegué á Daprender algo de su jerga, lo que hizo que me »quisiera más.

»Tonga—éste era su nombre, cra muy ex»perto en la navegación de las costas, y tenía »una canoa bastante grande. Cuando me conven»cí de que realmente me tenía cariño y estaba »dispuesto á hacer cualquier cosa en mi favor, Dvi que las probabilidades de escaparme cran se»rias, y un día hablé al respecto con él. Convini»mos en que una noche, designada de antemano, se acercara con su embarcación á un muelle »viejo, que nadie vigilaba y donde yo lo espera-