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cudimientos á su corazón, podría estar vivo todavía á estas horas.

Sentí impulsos de darle un bofetón, tanto me indignó su indiferente y desenfadada referencia hacia un asunto tan delicado. La señorita Morstan se sentó y se puso intensamente pálida.

—Mi corazón me decía que mi padre había muerto murmuró.

—Yo le puedo dar á usted toda clase de datos al respecto continuó Sholto; — y puedo más aún puedo hacerle á usted justicia. Y la haré, sí, diga lo que quiera mi hermano Bartolomé.

Tengo tanto gusto de que haya venido usted con sus amigos, no sólo para que la cuiden, sino para que sean testigos de lo que voy á hacer y decir. Entre los tres podemos encuadrarnos enfrente á mi hermano Bartolomé.

Se sentó en un taburete bajo, y nos miró á los tres curiosamente, con sus débiles ojos de color azul marino.

—Por mi parte dijo Holmes, cualquier cosa que usted diga no pasará de mí.

Yo aprobé con un movimiento de cabeza.

¡Está bien, está bien! exclamó el hombrecito. ¿Puedo obsequiarla con una copa de Chianti, señorita Morstan? ¿O de Tokay? No tengo otra clase de vino. ¿Abriré una botella?

¿No? Bueno; pero confío en que no la incomo-