y en el segundo caso:
Si admitimos ahora que el brazo del interferómetro, que está en dirección paralela al movimiento de la Tierra, se achica en la proporción de ; el tiempo t1 se achicará también en igual proporción, a saber:
Esto es, que t1 = t2.
La hipótesis, sorprendente por su tosquedad y audacia, dice sencillamente: Todo cuerpo que se mueve con respecto al éter con la velocidad v, contráese en la dirección del movimiento en la fracción
En realidad, hay que atribuir entonces al experimento de Michelson un resultado negativo, pues para las dos posiciones del interferómetro es t1 = t2. Además—y esto es lo esencial—tal contracción no sería determinable, comprobable por ningún medio sobre la Tierra; pues todo instrumento de medida contraeríase igualmente. Un observador que estuviese inmóvil fuera de la Tierra, en el éter, advertiría desde luego la contracción; toda la Tierra estaría para él aplastada en la dirección del movimiento, y todas las cosas sobre ella también.
La hipótesis de la contracción aparece tan extraña y casi absurda porque el acortamiento no se ve obedecer a una fuerza, sino que se presenta como simple circunstancia concomitante del hecho del movimiento. Pero Lorentz no se dejó acobardar por esta objeción; incorporó la hipótesis a su teoría, con tanta mayor decisión cuanto que nuevas experiencias confirmaron que, aun en el segundo orden, no se observa acción alguna del movimiento de la Tierra en el éter.