man aquel velo denso y oscuro que la tiene cubierta é inaccessible. En la primera clase entran los herejes, y solo ellos deben entrar enteramente, separados de los otros. No digo por esto que deben entrar en esta clase todos los herejes que fueron Milenarios: esto fuera hacer á muchos una grave injuria, y levantarles un falso testimonio; pues nos consta que hablaran en el asunto con la misma decencia que hablaron los católicos mas santos, y mas espirituiales: buen testigo de esto puede ser aquel célebre Apolinar, que respondió en dos volúmenes al libro de S. Dionisio Alejandrino contra Nepos, y como confiesa S. Jerónimo, fué aprobado y seguido en este punto solo, de una gran muchedumbre de católicos, que por otra parte lo reconocieron por herege, y detestaban sus errores: á quien (esto es á S. Dionisio) responde en dos volúmenes Apolinar, que no solamente sus discípulos, sino otros muchos de los nuestros lo siguen en esta parte[1], Es de creer, que los católicos que siguieron á Apolinar como Milenario, no lo siguiesen ciegamente en todas las cosas que decia, pues entre ellas hay algunas falsas y erróneas, como despues veremos; sino que lo siguiesen precisamente en la sustancia, sin aquellos errores. Mas sea de esto lo que fuese, esta es una prueba bien sensible de que ni Apolinar, ni los de su secta eran tan ignorantes y carnales, que se acomodasen bien con las ideas groseras é indecentes de otros herejes mas antiguos; de estos, pues, deberemos hablar separadamente.
79. Eusebio y S. Epifanio [2] nombran á Cerinto como al inventor de estas groserías. Como este heresiarca era dado á la gula y á los placeres, ponia en estas cosas toda la bienaventuranza del hombre. Así enseñaba á sus discípulos, dignos sin duda de un tal maestro, que después de la resurreccion, antes de subir al cíelo, habría mil años de