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LA VENIDA DEL MESIAS

dadero y real, no pretestado maliciosamente. Tengo presente el catálogo de las herejías, que trae S. Agustin hasta su tiempo, en que se comprenden todas, ó las mas de las que habia impugnado S. Irineo, y despues de él— S. Epifanio: y he reflexionado no poco sobre las que han nacido despues; lejos de hallar su origen en la letra de la Escritura, lo hallo siempre en todo lo contrario: en no haber querido conformarse con esta letra, ó con este sentido literal.

11 Esta es la razon, como testifica S. Agustin en el libro segundo de doctrina Cristiana, porque la santa Iglesia, congregada en el Espíritu santo, cuando ha hablado y condenado alguno de estos errores, no ha hecho otra cosa que mirar la letra de la Escritura sobre aquel asunto: esto es, el testo, y el contesto tomado todo á la letra, segun aquel sentido, que ocurre obvia, clara y naturalmente. Ni jamás la Iglesia ha definido verdad alguna, añado que ni lo ha podido, ni lo puede hacer, sacando el testo de su sentido obvio y literal, y pasando su inteligencia á otro sentido diverso, que se aparte de la letra, y mucho menos que se oponga á la letra: ¿qué mas hubieran querido los herejes? Hubieran triunfado iriemediablemente.

12 No solamente la Iglesia santa, congregada en el Espíritu santo, sino tambien todos los antiguos padres, y todos cuantos doctores han escrito despues contra los herejes, han observado siempre, ó casi siempre la misma conducta. Digo casi siempre, porque es innegable que tal vez con el fervor de la disputa, salieron muy fuera de esta regla, y muy fuera de este límite justo y preciso, que no puede vadearse[1]. Mas entónces es puntualmente, cuando nada concluyeron y nada hicieron. Esto es visible y claro á cualquiera persona capaz de reflexion, que lea estas disputas ó controversias, así antiguas como nuevas: y la razon misma muestra que así debia entónces, y siempre debe suceder: porque si lo que se impugna es ciertamente error, ó es error contra alguna de aquellas infinitas verda-

  1. Qui non potest transvadari.—Exeq. xlvii, 5.