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EN GLORIA Y MAGESTAD

des de que la Escritura divina da testimonio claro y manifiesto, ó no. Si no, toda la divina Escritura de nada puede servir para impugnar y destruir aquel error, aunque se amontonen testos á millares: porque ¿como se podrá conocer esta verdad contraria á aquel error, sino precisamente por la letra, ó por el sentido literal de la Escritura? El decir: esto se puede, esto significa ó se debe entender, no satisface: y por consiguiente no basta, cuando no se pruebe por otras razones hasta la evidencia: y esta prueba real y formal, no es razon que se tome solamente de este ó de aquel otro autor, que así lo pensó, sino de la Escritura misma, ó en este lugar, si la letra lo dice claramente, ó en otros lugares en que se esplica mas. Debe, pues, decirse con verdad: esto dice aquí la divina Escritura: de otra suerte nada se concluye.

13 Los herejes mas corrompidos, y mas desviados de la verdad, pretendieron siempre confirmar sus errores con la Escritura, como si fuese esta alguna fuente universal de que todos pueden beber á su satisfaccion, ó como aquel maná de quien dice el Sábio, acomodándose á la voluntad de cada uno, se volvia en lo que cada uno queria[1]. Pretendian, digo, hacer creer, que en la Escritura estaban, y que de ella los habian sacado; mas en la realidad los llevaban de antemano, independiente de toda Escritura; y lo mas ordinario, los llevaban mas en el corazon que en el entendimiento: y habiéndolos adoptado, y tal vez sin adaptarlos ni creerlos, iban á la Escritura divina á buscar en ella alguna confirmacion ó alguna defensa, solo por espíritu de malignidad, de emulacion, de odio, de independencia y de cisma: ¿y que sucedia? Sucedia, y es bien facil que suceda así, que ó hallaban en la Escritura algun testo, con tal cual viso favorable, ó ellos mismos le hacian fuerza abierta para que se pusiese de su parte, ya quitando, ya añadiendo, ya separando el testo de todo su contesto, para que dijese por fuerza lo que realmente no decia. Los Maniquéos, por ejemplo, defendian sus dos principios, ó dos dioses, uno

  1. Deserviens uniuscujusque voluntati, ad quod quisque volebat, convertebatur.—Sap. xvi, 21.