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LA VENIDA DEL MESIAS

bueno y otro malo; uno causa de todo el bien que hay en el mundo; otro causa de todos los males así fisicos como morales, que aflijen y perturban á los miseros hijos de Adan. Habiendo registrado para esto con sumo cuidado y diligencia toda la divina Escritura, hallaron finalmente aquellas palabras de Cristo: todo arbol bueno lleva buenos frutos: y el mal arbol lleva malos frutos. No puede el arbol bueno llevar malos frutos: ni el arbol malo llevar buenos frutos[1]. El gozo de un hallazgo tan importante, debió ser tan grande para estos sábios, apenas racionales, que no les dió lugar para leer otra línea mas, que inmediatamente se sigue en grande deshonor de su segundo principio: todo árbol que no lleva buen fruto, será cortado y metido en el fuego[2]. Este segundo principio, que podian haber discurrido, siempre hace males, y nunca bienes: luego alguna vez será cortado y metido en el fuego: luego no puede ser ni llamarse Dios, ni principio con propiedad alguna: luego no puede haber mas que un solo y verdadero Dios, principio y fin de todas las cosas, infinitamente bueno, benéfico, sabio y santo: luego no puede haber otro principio; ú otro origen del mal que el mismo hombre, con el mal uso de su libre alvedrio; don inestimable que le dió el Criador, para que pudiese merecer su eterna felicidad; pues no era cosa digna de Dios, llevar por fuerza á su reyno piedras frias, duras, inertes, sin movimiento y sin vida. Todo esto podrian haber concluido aquellos doctores del mismo testo que alegaban, si lo hubieran leido todo con buenos ojos: mas como estos ojos estaban tan viciados, era consecuencia necesaria que todo se viciase. Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será resplandeciente: mas si fuere malo, tambien tu cuerpo será tenebroso[3].

  1. Omnis arbor bona fructus bonos facit: mala autem arbor malos fructus facit. Non potest arbor bona malos fructus fácere: neque arbor mala bonos fructus fácere.—Mat. vii, 17 et 18.
  2. Omnia arbor, quæ non facit fructum bonum, excidetur, et in ignem mittetur.—Mat. vii, 19.
  3. Si oculus tuus fuerit simplex, totum corpus tuum lucidum erit: si autem nequam fuerit, etiam corpus tuum tenebrosnm erit. Luc. xi, 34.