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V El mismo naturalista da otra prueba de la falta de inteligencia de la abeja, y la halla en la página que sigue del gran apicultor americano, el venerable y paternal Langstroth: Como la mosca—dice Langstroth—no ha sido llamada á Dvivir sobre las flores sino sobre substancias en que podría ahogarse fácilmente, se posa con »precaución en el borde de los recipientes que »contienen alimentos líquidos, y bebe con pru»dencia, mientras que la pobre abeja se arroja Dá ellos de cabeza y perece en seguida. El funesto destino de sus hermanas no detiene á las »demás cuando se acercan á su vez al cebo, pues se posan como si estuvieran locas sobre los ca»dáveres y sobre las moribundas, para participar de su triste suerte. Nadie puede imaginar »hasta dónde llega su locura si no ha visto la »tienda de un confitero asaltada por millares de »abejas famélicas. He visto sacarlas á miles de »los jarabes en que se habían ahogado; posarse »á miles en el azúcar hirviendo; el suelo cubierto y las ventanas obscurecidas por las abejas, »las unas arrastrándose, las otras volando, otras Den fin, tan completamente enmeladas que no »podían ni arrastrarse ni volar; ni una de cada »diez era capaz de llevar á la colmena el botín »mal adquirido, y, sin embargo, el aire estaba lleno de legiones que llegaban, tan locas como »las anteriores.» D