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miel pegada á las víctimas, subirán tranquilamente sobre las muertas y las heridas, sin conmoverse por la presencia de las unas ni pensar en socorrerá las otras. No tienen, pues, en este caso, ni la noción del peligro que corren, porque la muerte que se siembra en rededor suyo no las perturba, ni el menor sentimiento de solidaridad ó de compasión. En cuanto al peligro, la cosa se explica; la abeja no conoce el miedo, y nada la asusta en el mundo, salvo el humo. Al salir de la colmena aspira al mismo tiempo que el ambiente la longanimidad y la condescendencia. Se aparta ante quien la incomoda, afecta ignorar la existencia de quien no la siga demasiado de cerca. Diríase que sabe que se halla en un universo perteneciente á todos, en que cada cual tiene derecho á su sitio, en que conviene ser discreto y pacífico. Pero bajo esta indulgencia se oculta apaciblemente un corazón tan seguro de sí mismo que no piensa en ostentarse. La abeja hace un rodeo si alguien la amenaza, pero no huye jamás. Por otra parte, en la colmena no se limita á esta pasiva ignorancia del peligro. Se lanza con inaudita impetuosidad contra todo ser viviente, hormiga, león ú hombre, que se atreve á rozar el arca santa. Llamémoslo, según nuestra disposición de espíritu, cólera, encarnizamiento estúpido, ó heroísmo...

Pero nada hay que decir sobre su falta de solidaridad y hasta de simpatía en la colmena.

¿Debe creerse que haya de estos límites imprevistos en toda especie de inteligencia, y que la M