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L cimiento exterior, hubiera podido encontrar, me parece, frente á la pequeña decepción experimentada, algún placer en comprobar una vez más que el hombre, después de todo, es el único ser realmente inteligente que habita nuestro globo. Y luego, cuando se llega á cierta altura de la vida, se experimenta más placer diciendo cosas verdaderas que cosas sorprendentes. Conviene en ésta como en cualquier otra circunstancia, atenerse á este principio: si la gran verdad desnuda parece por el momento menos grande, menos noble ó menos interesante que el adorno imaginario que podría prestársele, la culpa está en nosotros, que todavía no sabemos discernir la relación siempre sorprendente que debe tener con nuestro ser todavía ignorado y con las leyes del Universo, y en este caso no es la verdad sino nuestra inteligencia la que necesita verse engrandecida y ennoblecida.

Confesaré, pues, que las abejas marcadas vuelven á menudo solas. Debe creerse que existen en ellas las mismas diferencias de carácter que entre los hombres, que las hay taciturnas y charlatanas. Cierta persona que presenciaba mis experimentos, sostenía que muchas, evidentemente por egoísmo ó por vanidad, no quieren revelar la fuente de su riqueza ó compartir con sus amigas la gloria de un trabajo que la colmena debe considerar milagroso. He ahí vicios bien antipáticos, que no exhalan el buen olor leal y franco de la casa de las mil hermanas. Sea como sea, sucede á menudo, también, que la abeja favorecida por la suerte vuelve á la miel acom-