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interno de la colmena, sabe establecer una dis»tribución racional del número de las obreras, aplicando á ella el principio de la división del >trabajo..

XI

Pero, se dirá, ¿qué nos importa que las abejas sean más o menos inteligentes? ¿Por qué pesar de ese modo, con tanto cuidado, una pe queña huella de materia casi invisible, como si se tratara de un flúido de que dependieran los destinos del hombre? Creo, sin exagerar, que el interés que en ello tenemos, es de los más apreciables. Al hallar fuera de nosotros una huella real de inteligencia, experimentamos algo como la emoción de Robinson al descubrir la señal de un pie humano en la playa de su isla.

Parece que estamos menos solos de lo que creíamos. Cuando tratamos de darnos cuenta de la inteligencia de las abejas, estudiamos en ellas, en definitiva, lo más precioso de nuestra substancia, un átomo de esa materia extraordinaria que, donde quiera que se fije, tiene la propiedadmagnífica de transfigurar las ciegas necesidades, organizar, embellecer y multiplicar la vida, mantener en suspenso, de un modo más sorprendente, la fuerza obstinada de la muerte y la gran ola inconsiderada que arrastra casi todo cuanto existe en una inconsciencia eterna.

Si fuéramos los únicos que poseyéramos y mantuviéramos una partícula de materia en ese