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al alvéolo contiguo del panal, pero su mitad inferior dibujaba siempre sobre el estaño tres ángulos perfectamente determinados de los que salían ya tres pequeñas líneas rectas que esbozaban regularmente la primera mitad de la siguiente celda.

Al cabo de cuarenta y ocho horas, y aunque sólo pudieran trabajar tres ó cuatro abejas al mismo tiempo en la abertura, toda la superficie del estaño quedaba cubierta de esbozos de alvéolos. Dichos alvéolos eran, es verdad, menos regulares que los de un panal común: razón por la cual la reina que los recorrió se negó á poner en ellos cuerdamente, porque de allí sólo hubiera salido una generación atrofiada. Pero todos eran perfectamente exagonales; no se encontraba en ellos una sola curva, ni una forma, ni un ángulo redondeado. Sin embargo, todas las condiciones habituales estaban variadas, las celdas no eran excavadas en el mismo trozo de cera, según la observación de Huber, ni en un capuchón de cera, según la de Darwin, circulares primero y luego exagonales por la presión de sus vecinas. No podía tratarse de obstáculos recíprocos, puesto que nacían una por una y proyectaban libremente sobre una superficie rasa, las pequeñas líneas de sostén. Parece, pues, seguro que el exágono no es el resultado de necesidades mecánicas, sino que se encuentra realmente en el plan, en la experiencia, en la inteligencia y en la voluntad de las abejas. Otro rasgo curioso de su sagacidad, que apunto al pasar, es el de que los cangilones que construyeron