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No desmerece como forma, pues hay páginas descriptivas que, por el calor y la vivacidad del colorido, pueden colocarse al lado de las análogas del mismo Michelet. Todo lo relativo al vuelo nupcial de la reina de las abejas es un modelo de exactitud palpitante y luminosa.

El libro, sin embargo, no se asemeja á ningún otro.

Posee una originalidad penetrante, un acento personal y moderno. Tanto en la forma como en el fondo, se resiente de la época en que ha sido escrito, época inquieta en que las ideas que se ventilan y los métodos de ejecución de que se valen escritores y artistas plásticos para expresarlas, llevan un sello de ardor febril al propio tiempo que de cansancio descontentadizo, de duda descorazonada al propio tiempo que de fe entusiasta; época turbia en que los antiguos ideales se desvanecen en las almas, y en que los nuevos, lentamente elaborados en medio de la incertidumbre universal, no han llegado á tomar cuerpo y á revestirse de formas definidas.

La conclusión general que se desprende de la obra es que no sabemos nada, y que cuanto más nos esforzamos en explorar á tanteos los misterios que nos rodean, más hondo, más insondable, nos parece el abismo de lo que ignoramos. Incapaces de comprender la razón de ser del Universo y la causa ignota de todo cuanto existe, se desarrolla y muere, mejor dicho, se transforma en esta tierra, nos contentamos con palabras huecas para satisfacer nuestro vano deseo de darnos cuenta de las cosas. Estas palabras cambian con las épocas. A la fatalidad antigua sucedió el Dios—Providencia, substituido hoy día en la mente de los pensadores por la ley de evolución, que importa tal vez una ilusión tan incierta como las antojadizas explicaciones anteriores.

¿Qué importa? La nobleza de nuestro destino no estri-