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XXIII

Dejemos por fin los llanos monótonos y el desierto geométrico de las celdas. Los panales están comenzados y se hacen ya habitables. Aunque lo infinitamente pequeño se agregue, sin esperanza aparente, á lo infinitamente pequeño, y nuestra vista, que ve tan poco, mire sin vislumbrar nada, la obra de cera que no se interrumpe ni de día ni de noche, avanza con extraordinaria rapidez. La reina impaciente ha recorrido ya varias veces los astilleros que blanquean en la obscuridad, y apenas quedan terminadas las primeras liíneas de habitaciones, toma posesión de ellas con su cortejo de guardianas, consejeras ó criadas, pues no podría decirse si es seguida, venerada ó vigilada. Cuando llega al sitio que juzga favorable ó que sus consejeras le imponen, enarca la espalda, se encorva é introduce la extremidad de su largo abdomen en forma de huso en uno de los cangilones vírgenes, mientras todas las cabecitas atentas, las cabecitas de enormes ojos negros de los guardias de su escolta la envuelven en, un círculo apasionado, le sostienen las patas, le acarician las alas, y agitan sobre ella sus febriles antenas, como para animarla, apresurarla y felicitarla.

Se reconoce fácilmente el sitio en que se encuentra, por esa especie de escarapela estrella-