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sus alvéolos, y la persecución vuelve á empezar, hasta que la madre insaciable, azote fecundo y adorado, vuelve de la extremidad de la colmena á las celdas del principio, abandonadas entretanto por la primera generación que acaba de nacer, y que pronto saldrá del rincón de sombra en que naciera, á esparcirse por las flores de las cercanías, á poblar los rayos de sol, á animar las horas benévolas, para sacrificarse á su vez á la generación que ya la reemplaza en las cunas.

XXIV

¿Y la reina abeja, á quién obedece? A la alimentación que se la da; porque no toma los alimentos por sí misma; la cuidan como una criatura las mismas obreras molidas por su fecundidad. Y ese alimento que le miden las obreras es, á su vez, proporcionado á la abundancia de las flores y al botín que llevan las visitadoras de cálices. Aquí, pues, como en el resto del mundo, una porción del círculo se sumerge en las tinieblas; aquí, como en todas partes, de afuera, de una potencia desconocida procede la orden suprema, y las abejas se someten como nosotros al amo ignoto de la rueda que gira sobre sí misma, aplastando las voluntades que la hacen mover.

Una persona á quien enseñaba hace poco, en una de mis colmenas de cristales, el movimiento