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esa rueda tan visible como la gran rueda de un reloj—una persona que veía en toda su desnudez la agitación innumerable de los panales, el aleteo perpetuo, enigmático y loco de las nodrizas sobre la cámara de los huevecillos, los puentecitos y las escalas animadas que forman las cereras, las espirales invasoras de la reina, la actividad diversa é incesante de la muchedumbre, el esfuerzo implacable é inútil, las idas y venidas abrumadas de ardor, el sueño ignorado fuera de las cunas que ya espía el trabajo de mañana, el mismo reposo de la muerte alejado de una mansión que no admite ni enfermos ni tumbas, una persona que miraba todo esto, pasado el primer asombro, no tardó en volver hacia otro lado los ojos en que se leía no sé qué entristecido espanto.

Hay, en efecto, en la colmena, bajo la alegría del primer aspecto, bajo los resplandecientes recuerdos de los hermosos días que la llenan convirtiéndola en el joyel del estío, bajo el ir y venir embriagado que la liga con las flores, con las aguas corrientes, con el azul del cielo, con la abundancia tan apacible de cuanto representa belleza y felicidad, hay en efecto, bajo todas esas delicias exteriores, un espectáculo de los más tristes que verse puedan. Y nosotros, ciegos, que sólo podemos abrir ojos obscurecidos cuando miramos á las inocentes condenadas, bien sabemos que no sentimos compasión por ellas solas, que no dejamos de comprenderlas á ellas solas, sino que nos hallamos frente á una