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de la misión y fieles al deber que un destino preciso les impone.

Pero, si el presente parece tétrico, todo cuanto el ojo ve está poblado de esperanzas. Nos hallamos en uno de esos castillos de las leyendas alemanas, cuyos muros están revestidos de millares de redomas que contienen las almas de los hombres por nacer. Nos hallamos en la morada de la vida que precede á la vida. Por todas partes, suspensas en las cunas bien cerradas, en la superposición infinita de los maravillosos alvéolos de seis caras, hay millares y millares de ninfas, más blancas que la leche, que con los brazos cruzados y la cabeza inclinada sobre el pecho, aguardan la hora del despertar. Al verlas en sus sepulturas uniformes, innumerables y casi transparentes, diríase que son gnomos encanecidos que meditan, ó legiones de vírgenes deformadas por los pliegues del sudario é inhumadas en prismas exagonales multiplicados hasta el delirio por un geómetra inflexible.

Sobre toda la extensión de esas paredes perpendiculares, claustro de un mundo que crece, se transforma, vuelve sobre sí mismo, cambia cuatro ó cinco veces de vestido y teje su mortaja en la sombra, baten las alas y danzan centenares de obreras para mantener el calor necesario y también para un objeto más obscuro, porque su danza tiene sacudidas extraordinarias y metódicas que deben responder & algún fin que ningún observador ha determinado todavía, según creo.

Al cabo de varios días, las tapas de esos mi-