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de las profundidades del horizonte, y sólo manifiestan alguna vacilación al trasponer el irreconocible umbral. Su método de orientación, según podemos juzgarlo por nuestros experimentos, parece más bien basado en referencias extremadamente minuciosas y precisas. Lo que reconocen no es la colmena, sino, tres ó cuatro milímetros más o menos, su posición relativa á los objetos que la rodean. Y esa referencia es tan maravillosa, tan matemáticamente segura y está tan profundamente impresa en su memoria, que si después de cinco meses de invernada en un sótano obscuro, se vuelve á colocar la colmena sobre su plato, pero algo más á la derecha ó á la izquierda de lo que estaba, todas las obreras, al regresar de sus primeras flores, arribarán con vuelo imperturbable y rectilíneo al punto preciso que ocupaba el año anterior, y sólo tanteando darán por fin con la entrada. Podría creerse que el espacio ha conservado durante todo el invierno la huella indeleble de sus trayectorias, y que su senderito laborioso queda grabado en el cielohasta tres Así, cuando se traslada una colmena, muchas abejas se pierden, á ménos que se trate de un largo viaje, y que todo el paisaje que conocen cuatro kilómetros á la redonda se haya transformado; á menos también que no se tenga cuidado de colocar una tablita, un pedazo de teja, un obstáculo cualquiera delante del «agujero de vuelo para advertirlas de que algo ha cambiado y permitirles que se orienten de nuevo y rehagan su punto de llegada.

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