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III

Esto dicho, volvamos á la ciudad que se repuebla, en que la multitud de cunas no cesa de abrirse, en que la misma substancia de las paredes se pone en movimiento. Esta ciudad, sin embargo, no tiene reina todavía. Sobre los bordes de uno de los panales del centro se levantan siete ú ocho edificios extraños que hacen pensar, entr la llanura escabrosa de las celdas ordinarias, en las protuberancias y los circos que hacen tan raras las fotografías de la luna.

Son especies de cápsulas de cera rugosa ó de bellotas inclinadas y perfectamente cerradas, que ocupan el espacio de tres ó cuatro alvéolos de obreras. Están generalmente agrupadas sobre un mismo punto, y una guardia numerosa, singularmente inquieta y atenta, vela sobre la región en que flota no se sabe qué prestigio.

Allí se forman las madres. En cada una de estas cápsulas ha sido depositado, antes de la partida del enjambre, un huevo en un todo semejante á los de las obreras, sea por la misma madre, sea más probablemente, aunque no pueda afirmarse, por las nodrizas lo transportan de algún nido vecino.

Tres días después sale del huevo una pequeña larva á la que se prodiga una alimentación especial y tan abundante cuanto es posible; y