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su cólera sin tomar parte en ella, y se apartan para dejarla el campo libre; pero á medida que van quedando celdas perforadas y devastadas, acuden á ellas, sacan arrojan fuera de la colmena el cadáver, la larva viva aún ó la ninfa violada, y se hartan ávidamente con la preciosa papilla real que llena el fondo del alvéolo. Luego, cuando su reina, rendida, abandona su fuellas mismas acaban la matanza de los inocentes, y la raza y las casas soberanas desaparor, recen...

Esta, junto con la ejecución de los machos, más disculpable por otra parte, es la hora horrible de la colmena, la única en que las obreras permiten que la discordia y la muerte invadan sus mansiones. Y como sucede á menudo en la Naturaleza, las privilegiadas del amor son las que atraen sobre ellas las flechas extraordinarias de la muerte violenta.

A veces, pero el caso es raro, porque las abejas toman precauciones para evitarlo, á veces nacen simultáneamente dos reinas. Entonces, al salir de la cuna, se traba el combate inmediato y mortal, del que Huber fué el primero que señaló una particularidad bastante extraña:

cada vez que, en sus ataques, ambas reinas cubiertas de coraza, se colocan en una posición tal que esgrimiendo el aguijón ambas se herirían recíprocamente, diríase que como en los combates de la Ilíada, un dios ó una diosa, que quizá sea el dios ó la diosa de la raza, se interpone, y las guerreras, asaltadas por espantos concordantes, se separan y huyen, desaladas, para