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1 veres, cierran la puerta á las violencias del porvenir, olvidan el pasado, suben á las celdas y vuelven á tomar el tranquilo sendero de las flores que las aguardan.

XII

Para simplificar nuestro relato reanudemos donde habíamos interrumpido la historia de la reina á quien las abejas permitieron asesinar á las hermanas en sus cunas. Ya he dicho que á menudo se oponen á estas matanzas, aun cuando no parezcan abrigar la intención de lanzar un segundo enjambre. A menudo, también, las autorizan, porque el espíritu político de las colmenas es tan diverso como el de las naciones humanas de un mismo continente. Pero lo cierto es que al autorizarlas cometen una imprudencia. Si la reina perece ó se extravía en el vuelo nupcial,» no queda quien la reemplace, y las larvas de obreras han pasado ya la edad de la regia transformación. Pero, en fin, la imprudencia está cometida, y he aquí á la primer nacida, soberana única y reconocida en el pensamiento del pueblo. Sin embargo, todavía está virgen. Para que llegue á ser semejante á la madre á quien reemplaza, es necesario que se encuentre con el macho dentro de los veinte primeros días que siguen á su nacimiento. Si, por cualquier causa, este encuentro se retarda, la