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bargo. Por otra parte, ¿cómo poner en claro el objeto de la Naturaleza al favorecer de ese modo á los machos, tan funestos, en detrimento de las obreras, tan necesarias? ¿Teme que la inteligencia de las obreras las incline á reducir más de lo conveniente el número de esos parásitos ruinosos pero indispensables para el mantenimiento de la especie? ¿Es ello una reacción exagerada contra la desdicha de la reina infecunda? ¿Es una de las precauciones demasiado violentas y ciegas que no ven la causa del mal, ultrapasan el remedio, y para precaver un accidente enojoso provocan una catástrofe?—En la realidad,—pero no olvidemos que esa realidad no es en absoluto la realidad natural y primitiva, porque en el bosque originario las colonias debían estar mucho más dispersas que ahora, en la realidad, cuando una reina permanece infecunda, no es jamás por falta de machos, que son siempre numerosos y acuden de muy lejos. Será, más bien, que el frío ó la lluvia la detengan de masiado tiempo en la colmena, y más á menudo aún, que sus alas imperfectas no le permitan levantar el gran vuelo que exige el órgano del zángano. Sin embargo, la Naturaleza, sin tener en cuenta estas causas, más reales, se preocupa apasionadamente de la multiplicación de los machos. Desbarata otras leyes más para obtenerlos, y suele encontrarse en las colmenas huérfanas, dos o tres obreras apremiadas por un deseo tal de mantener la especie, que a pesar de sus ovarios atrofiados, se esfuerzan por poner, ven que sus órganos se dilatan un tanto bajo el