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nido en galerías subterráneas. Espían á la abeja á la entrada de esas galerías, y en número de tres, cuatro, cinco y á veces más, se prenden á sus pelos, y se le instalan sobre la espalda. Si la lucha de los fuertes contra los débiles se realizara en ese momento, no habría lugar á nada, y todo pasaría de acuerdo con la ley universal.

Pero, no se sabe por qué, su instinto quiere, y por consiguiente la Naturaleza ordena, que se mantengan quietos, mientras permanecen en la espalda de la abeja. En tanto que ésta visita las flores, edifica y provee las celdas, aguardan pacientemente su hora. Pero, apenas se ha puesto el huevo, todos saltan encima y la inocente Colleta cierra cuidadosamente la celda bien provista de víveres, sin sospechar que encierra al propio tiempo en ella la muerte de su prole.

Una vez cerrada la celda, el inevitable y salvador combate de la selección natural comienza al punto entre los triongulinos, en torno del único huevo. El más fuerte, el más diestro toma á su adversario por la juntura de la coraza, lo levanta sobre su cabeza en las mandíbulas, y lo mantiene así durante horas enteras, hasta que expira, pero, durante la lucha, otro triongulino que ha quedado solo, ó que ya ha vencido á su rival, se apodera del huevo y comienza á comérselo. Es necesario, pues, que el último vencedor triunfe de ese nuevo enemigo, lo que le es fácil, porque el triongulino que satisface su hambre prenatal, está prendido á su huevo con tanta obstinación que no piensa en defenderse.