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Lo mata, por fin, y el otro se encuentra solo en presencia del huevo tan precioso y tan bien ganado. Hunde ávidamente la cabeza en la abertura practicada por su antecesor, y emprende la larga comida que ha de transformarlo en insecto perfecto y proveerlo de las herramientas necesarias para salir de la celda en que está secuestrado. Pero la Naturaleza, que quiere la prueba de la lucha, ha calculado, por otra parte, el premio del triunfo con una precisión tan avara, que un huevo entero basta apenas para la alimentación de un triongulino. «De manera»dice M. Mayet, á quien debemos el relato de Destas desconcertantes desventuras,—de mane»ra que á nuestro vencedor le falta todo el ali»mento que su postrer enemigo absorbió antes de morir, é, incapaz de soportar la primera »muda, muere á su vez, queda suspendido á la piel del huevo, ó va á aumentar en el azucarado líquido, el número de los ahogados.

XIII

Este caso, aunque rara vez se presente tan claro, no es único en la historia natural. Vese en él al desnudo, la lucha entre la voluntad consciente del triongulino que quiere vivir y la voluntad obscura y general de la Naturaleza, deseosa también de que viva y hasta de que fortifique y mejore su vida, más de lo que su