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propia voluntad lo impulsaría á hacerlo. Pero, por una inadvertencia extraña, el mejoramiento impuesto suprime la vida misma del mejor, y el Sitaris Colletis hubiera desaparecido desde hace mucho, si algunos individuos aislados por una casualidad contraria á las intenciones de la Naturaleza, no escaparan á la excelente y previsora ley que por todas partes exige el triunfo de los más fuertes.

Ocurre, pues, que la gran potencia que nos parece inconsciente, pero necesariamente sabia, puesto que la vida que organiza y sostiene, le da siempre la razón, ¿ocurre, pues, que cometa errores? Su razón suprema, que nvocamos cuando hemos tocado á los límites de la nuestra, ¿tiene también sus desfallecimientos? Y si los tiene, ¿quién los corrige?

Pero volvamos á su intervención irresistible cuando toma la forma de partenogénesis. Y no olvidemos que estos problemas, planteados en un mundo que parece tan lejano del nuestro, nos tocan muy de cerca. En primer lugar, es probable que en nuestro propio cuerpo, que tanto nos envanece, las cosas pasen de la misma manera. La voluntad ó el espíritu de la Naturaleza, al operar en nuestro estómago, nuestro corazón ó la parte inconsciente de nuestro cerebro, no debe diferir en nada del espíritu ó de la voluntad que ha puesto en los animales más rudimentarios, las plantas y los mismos minerales. Además, ¿quién se atrevería & afirmar que no se producen jamás en la esfera consciente del hombre, intervenciones más secretas