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pero no menos peligrosas? En el caso que nos ocupa, ¿quién tiene razón, en resumidas cuentas, la Naturaleza ó la abeja? ¿Qué sucedería si ésta, más dócil ó más inteligente, comprendiendo demasiado biên el deseo de la Naturaleza, la siguiera hasta el extremo, y, puesto que exige imperiosamente machos, multiplicara éstos hasta lo infinito? ¿No correría el riesgo de destruir su especie? ¿Debe creerse que hay intenciones de la Naturaleza que es peligroso comprender y funesto seguir con tanto ardor, y que uno de sus deseos es el de que no se penetren y se sigan todos esos deseos? ¿No es ese, quizá, uno de los peligros que corre la raza humana? También sentimos en nosotros fuerzas inconscientes que quieren todo lo contrario de lo que nuestra inteligencia reclama. ¿Es bueno que esa inteligencia, que, por lo común, después de haber girado en torno de sí misma, ya no sabe dónde ir, es bueno que reuna sus fuerzas y les añada su peso inesperado?

XIV

¿Tenemos derecho de deducir del peligro de la partenogénesis que la Naturaleza no siempre sabe proporcionar los medios al objeto, que lo que trata de mantener se mantiene á veces merced á otras precauciones que ha tomado contra esas precauciones mismas, y á menudo tam-