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nívoras, en las Droseras, por ejemplo, que obran realmente como los animales, estudiemos más bien el genio que despliegan algunas de nuestras flores, las más sencillas, para que la visita de una abeja traiga consigo, inevitablemente, la fecundación cruzada que les es necesaria. Veamos el juego milagrosamente combinado del rostellum, de los retináculos, de la adherencia y la inclinación matemática y automática de las polinias en el Orchis Morio, la humilde orquídea de nuestras comarcas; (1) desmontemos la doble báscula infalible de las anteras de la salvia, que acaban de tocar en tal sitio del cuerpo al insecto que la visita, para que á su vez toque en tal sitio preciso el estigma de una flor veci(1) Imposible es dar aquí el detalle de ese lazo maravilloso descrito por Darwin. En seguida va una síntesis grosera en la Orchis Morio el polen no es pulverulento, sino aglomerado en pequeñas masas llamadas polinias. Cada una de esas masas—son dos,—termina en su extremidad inferior en un disco viscoso (el rectináculo), encerrado en una especie de saco membranoso (el rostellum) que el menor contacto hace estallar.

Cuando una abeja se posa sobre la flor, su cabeza, al adelantarse para chupar el néctar, roza el saco membranoso que se desgarra y deja descubiertos los dos discos viscosos. Las polinias, gracias á la liga de los discos, se pegan á la cabeza del insecto, que, al dejar la flor, se las lleva como dos cuernos bulbosos. Si esos dos cuernos cargados de polen permanecieran derechos y rígidos en el momento en que la abeja penetra en una orquídea vecina, no harían más que tocar y