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na; sigamos también los movimientos sucesivos y los cálculos del estigma de la Pedicularis Sylvatica; veamos cómo, á la entrada de la abeja, todos los órganos de esas tres flores se ponen en acción, como esos mecanismos complicados que suelen verse en las ferias de nuestras aldeas, y que se ponen en movimiento apenas un tirador hábil ha hecho mosca en el blanco.

Podríamos descender más abajo aún, mostrar, como lo ha hecho Ruskin en sus Ethics of the Dust, las costumbres, el carácter y las astucias de los cristales, sus querellas, lo que hacen cuando un cuerpo extraño va á trastornar sus planes, que son más antiguos de cuanto nuestra hacer estallar el saco membranoso de la segunda flor, pero no alcanzaría al estigma ú órgano hembra que se trata de fecundar, y que se halla situado debajo del saco membranoso. El genio de la Orchis Morio ha previsto la dificultad, y al cabo de treinta segundos, es decir, en el escaso tiempo que el insecto necesita para acabar de chupar el néctar y trasladarse á otra flor, el tallo de la pequeña masa se seca y se contrae, siempre del mismo lado y en el mismo sentido; el bulbo que contiene el polen se inclina, y su grado de inclinación está calculado de tal manera que en el instante en que la abeja entre en la flor vecina, se hallará precisamente al nivel del estigma sobre el cual debe derramar su fecundante polvillo. (Ver, para todos los detalles de este drama intimo del mundo inconsciente de las flores, el admirable estudio de Charles Darwin: De la fecundavión de las orquídeas por los insectos, y de los buenos efectos de la cruza, 1862).

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