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quien acabe por organizar el azar, una multitud de apariencias nos invita á creer que algo igual á nuestros más elevados pensamientos, surge por instantes de un tesoro común que tenemos que admirar sin que podamos decir dónde se encuentra.

Suele parecernos que de ese tesoro común surge un error. Pero, aunque sepamos muy pocas cosas, muchas veces tenemos que reconocer que ese error es una acto de prudencia que ultrapasa el alcance de nuestras primeras miradas. Hasta en el pequeño círculo que abarcan nuestros ojos, podemos descubrir que si la Naturaleza parece equivocarse aquí, es porque juzga conveniente corregir allí una inadvertencia presumida. Ha colocado las tres flores de que hablábamos, en condiciones tan difíciles que no pueden fecundarse por sí mismas, pero juzga provechoso, sin que profundicemos por qué, que esas tres flores se hagan fecundar por sus vecinas, y el genio que no ha mostrado á la derecha lo manifiesta á la izquierda, activando la inteligencia de sus víctimas. Los rodeos de este genio continúan inexplicables para nosotros, pero su nivel sigue siendo el mismo. Parece descender á un error, admitiendo que sea posible un error, pero se eleva inmediatamente, en el órgano encargado de repararlo. A cualquier parte que nos volvamos, domina nuestras cabezas. Es el océano circular, la inmensa sábana de agua sin medida de profundidad, sobre la cual nuestras ideas más audaces y más independientes no serán jamás sino su