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186 1 ras apenas basta para alimentar la ociosidad voraz y glotona de cada uno de esos parásitos, que lo único infatigable que tienen es la boca. Pero la Naturaleza siempre es magnífica cuando se trata de las funciones y de los privilegios del amor. Sólo mezquina los órganos é instrumentos de trabajo. Es especialmente agria con todo lo que los hombres han llamado virtud. En cambio no se detiene á contar ni las joyas ni los favores que siembra en el camino de los amantes que menos interés ofrecen. Por todas partes grita: «Uníos, multiplicacs, no hay otra ley, no hay otro objeto que el amor !», aunque sea para agregar en voz baja: «Y durad después, si podéis, que eso á mí no me incumbe ya.. Por más que se haga, por más que se quiera otra cosa, en todas partes se tropieza con esta moral tan distinta de la nuestra. Considerad otra vez, en esos mismos pequeños seres, su avaricia injusta y su fausto insensato. Desde que nace hasta que muere, la austera recolectora tiene que ir allá lejos, á la más intrincada maleza, en busca de las flores que se ocultan. De be descubrir en los laberintos de los nectarios, en las sendas secretas de las anteras, la escondida miel y el oculto polen. Sin embargo, sus ojos, sus órganos olfatorios, son ojos, órganos de inválido junto á los de los machos. Aunque éstos fueran casi ciegos y estuviesen privados de olfato no sufrirían nada, apenas si lo comprenderían. No tienen nada que hacer, ninguna presa que perseguir. Se les ofrece el alimento preparado ya, y pasan la vida sorbiendo miel