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prender ese retrato, en el que sólo acertaría á dibujar una gran sombra con dos ó tres puntitos de indecisa luz.

III

Bien pocos, según creo, han violado el secreto de las bodas de la reina abeja, que se realizan en los pliegues infinitos y deslumbrantes de un hermoso cielo. Pero es posible sorprender la partida vacilante de la novia, y el regreso mortífero de la desposada.

A pesar de su impaciencia, la soberana elige un día y una hora, y aguarda á la sombra de las puertas que una maravillosa mañana se extienda por el espacio nupcial, desde el fondo de las grandes urnas nacaradas. Prefiere el momento en que un poco de rocío humedece todavía con un recuerdo las hojas y las flores, en que la postrer frescura del alba desfalleciente lucha en su derrota con el ardor del día como una virgen desnuda en brazos de un robusto guerrero, en que el silencio y las rosas del mediodía que se acercan, dejan brotar todavía aquí y allí algún perfume de las violetas de la mañana, algún grito transparente de la aurora.

Aparece entonces en el umbral, en medio de la indiferencia de las recolectoras que atienden á sus quehaceres, ó rodeada de obreras enajenadas, según que deje ó no deje hermanas en