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la colmena, ó que no sea posible reemplazarla.

Tiende el vuelo retrocediendo, vuelve dos ó tres veces á la tablita de arribo, y cuando ha señalado en su memoria el aspecto y la posición exacta de su reino, que jamás había visto desde fuera, parte como una flecha hacia el cenit. Así llega á las alturas, á una zona luminosa que las demás abejas no afrontan en época alguna de su vida. A lo lejos, en torno de las flores en que flota su pereza, los machos han notado la aparición y aspirado el perfume magnético que se esparce de ámbito en ámbito hasta los vecinos colmenares. Inmediatamente las hordas se reunen y se sumergen, siguiéndola, en el mar de júbilo cuyos límpidos límites van ensanchándose. Ella, ebria con sus alas y obedeciendo á la magnífica ley de la especie que le elige amante y quiere que sólo el más fuerte la alcance en la soledad del éter, sube y sube, y el aire azul de la mañana se engolfa por primera vez en sus estigmas abdominales, y canta como la sangre del cielo en las mil raicillas ligadas á los dos sacos de la tráquea que ocupan la mitad de su cuerpo y se alimentan de espacio. Y sigue subiendo. Tiene que llegar á una región desierta ya no frecuentada por los pájaros que podrían perturbar el misterio. Sube y sube, y ya la tropa desigual disminuye y se desgrana tras ella. Los débiles, los delicados, los viejos, los degenerados, los mal alimentados de la ciudades inactivas ó pobres, renuncian á la persecución y desaparecen en el vacío. Ya sólo queda suspendido, en el ópalo infinito, un pequeño grupo infatigable. La -