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Este pensamiento asombra siempre; cuanto más se le interroga más disminuyen las certidumbres, y Darwin por ejemplo, para citar al que, entre todos los hombres, lo ha estudiado más apasionada y más metódicamente, Darwin, sin confesárselo por completo, pierde la serenidad á cada paso y se vuelve atrás ante lo inesperado y lo inconciliable. Vedle, si queréis asistir al espectáculo noblemente humillante del genio del hombre en lucha con la potencia infinita, vedle tratar de discernir las leyes extrañas, increiblemente misteriosas é incoherentes de la esterilidad y la fecundidad de los híbridos, ó las de la variabilidad de los caracteres específicos y genéricos. Apenas ha formulado un principio cuando lo asaltan innumerables excepciones, y muy pronto el principio, abrumado, se considera dichoso si encuentra asilo en un rincón, y conserva, á título de excepción, un pobre resto de existencia.

Es que en la hibridez, en la variabilidad (especialmente en las variaciones simultáneas, llamadas correlación de crecimiento) en el instinto, en los procedimientos de la competencia vital, en la selección, en la sucesión geológica y en la distribución geográfica de los seres organizados, en las afinidades mutuas, como en todo lo demás, el pensamiento de la Naturaleza es rebuscador y negligente, económico y derrochador, previsor y distraído, inconstante é inquebrantable, agitado é inmóv uno é in merable, grandioso y mezquino, en el mismo momento y en el mismo fenómeno. Tenía delante el cam-