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des lo bastante infinitas para envolver y ultrapasar á todas las demás.

En una palabra, separa el orden moral del orden intelectual, y sólo admite en el primero lo que sea más grande y más hermoso que antes.

Y si es vituperable separar estos dos órdenes, como se hace sobrado á menudo en la vida, para obrar menos bien de lo que se piensa; ver lo peor y seguir lo mejor, tender su acción por arriba de la idea, es siempre razonable y saludable, porque la experiencia humana nos permite esperar con mayor claridad cada día, que el pensamiento más elevado á que podamos alcanzar estará durante mucho tiempo aún, por debajo de la misteriosa verdad que buscamos.

Además, aunque nada de lo que antecede fuera verdad, siempre le quedaría la razón simple y natural para no abandonar todavía su ideal humano. Cuanta mayor fuerza se acuerda á las leyes que parecen proponer el ejemplo del egoísmo, de la injusticia y de la crueldad, mayor se le da también, al mismo tiempo, á las que aconsejan la generosidad, la piedad, la justicia, porque desde el momento en que comienza á igualar y proporcionar metódicamente las partes que ha atribuido al Universo y sí mismo, encuentra en estas últimas leyes algo tan profundamente natural como en las primeras, desde que están inscriptas tan profundamente en él como las otras en todo cuanto le rodea.